Vimes estaba en pleno desayuno cuando llamaron a la puerta. Willikins
entró acompañando a un hombrecillo flacucho y vestido con ropa negra pulcra
pero raída, cuya cabeza demasiado grande le daba aspecto de piruleta que se
acerca a la última chupada. Llevaba un bombín negro igual que los soldados
llevan el casco, y caminaba como si le pasara algo en las rodillas.
—Siento molestar a su excelencia…
Vimes dejó el cuchillo. Había estado pelando una naranja. Sybil insistía
en que comiera fruta.
—Nada de su excelencia —dijo—. Vimes a secas.
Terry Pratchett (El quinto elefante)