La niña miró hacia el interior. Había numerosos abrigos colgados, la mayoría de piel. Nada le gustaba tanto a Lucía como el tacto y el olor de las pieles. Se introdujo en el enorme ropero y caminó entre los abrigos, mientras frotaba su rostro contra ellos. Había dejado la puerta abierta, por supuesto, pues comprendía que sería una verdadera locura encerrarse en el armario. Avanzó algo más y descubrió una segunda hilera de abrigos. Estaba bastante oscuro ahí adentro, así es que mantuvo los brazos estirados para no chocar con el fondo del ropero. Dio un paso más, luego otros dos, tres... Esperaba siempre tocar la madera del ropero con la punta de los dedos, pero no llegaba nunca hasta el fondo.
—¡Este debe ser un guardarropa gigantesco! —murmuró Lucía, mientras caminaba más y más adentro y empujaba los pliegues de los abrigos para abrirse paso. De pronto sintió que algo crujía bajo sus pies.
«¿Habrá más naftalina?», se preguntó.
Se inclinó para tocar el suelo. Pero en lugar de sentir el contacto firme
y liso de la madera, tocó algo suave, pulverizado y extremadamente frío. «Esto
sí que es raro», pensó y dio otros dos pasos hacia adelante.
Un instante después advirtió que lo que rozaba su cara ya no era suave
como la piel sino duro, áspero e, incluso, clavaba.
—¿Cómo? ¡Parecen ramas de árboles! —exclamó.
Entonces vio una luz frente a ella; no estaba cerca del lugar donde
tendría que haber estado el fondo del ropero, sino muchísimo más lejos. Algo
frío y suave caía sobre la niña. Un momento después se dio cuenta que se
encontraba en medio de un bosque; además era de noche, había nieve bajo sus
pies y gruesos copos caían a través del aire.
Lucía se asustó un poco, pero a la vez se sintió llena de curiosidad y de
excitación. Miró hacia atrás y entre la oscuridad de los troncos de los árboles
pudo distinguir la puerta abierta del ropero e incluso la habitación vacía
desde donde había salido. (Por supuesto, ella había dejado la puerta abierta,
pues pensaba que era la más grande de las tonterías encerrarse uno mismo en un
guardarropa.) Parecía que allá era de día. «Puedo volver cuando quiera, si algo
sale mal», pensó, tratando de tranquilizarse. Comenzó a
caminar —cranch-cranch— sobre la nieve y a través del bosque, hacia
la otra luz, delante de ella.
Cerca de diez minutos más tarde, Lucía llegó hasta un farol. Se
preguntaba qué significado podría tener éste en medio de un bosque, cuando
escuchó unos pasos que se acercaban. Segundos después una persona muy extraña
salió de entre los árboles y se aproximó a la luz.