Un joven llevaba unos días preocupado porque le había fallado varias veces a su mejor amigo y notaba que poco a poco se estaban distanciando.
Como no sabía muy
bien qué hacer, decidió ir a pedir consejo a su madre. Aprovechó el momento del
desayuno para contarle todo lo que había ocurrido.
—Sí, mamá, el
otro día quedé con él y se me olvidó ir, me estuvo esperando casi una hora
hasta que se marchó. En otra ocasión también se me olvidó ir a un acto que era
muy importante para él…
—Bueno, normal
que esté molesto contigo —respondió la madre.
—Sí, pero yo
siempre he pensado que nuestra amistad era más fuerte que todo eso, que todas
esas pequeñas cosas pasaban y al día siguiente todo volvía a ser como antes.
—¿En serio
piensas eso?
—Sí, claro, somos
amigos de toda la vida. Estas cosas pasan, y al día siguiente todo debería
volver a ser igual.
En ese momento la
madre se fue a la cocina, cogió un plato y se lo dio a su hijo.
—Toma, cógelo y
tíralo al suelo.
—¿Qué? —contestó
extrañado.
—Coge el plato y
tíralo al suelo.
El hijo al ver la
seriedad de su madre cogió el plato y lo tiró al suelo. Y este se rompió en
varios trozos.
—Y ahora coge
esos trozos, pégalos e intenta que el plato quede como antes.
Eloy Moreno