El prefijo arbitrario

Un modo de hacer productivas, en sentido fantástico, las palabras, es deformarlas. Lo hacen los niños, por juego: un juego que tiene un contenido muy serio, porque les ayuda a explorar las posibilidades de las palabras, a dominarlas, forzándolas a declinaciones inéditas. Estimula su libertad de «parlantes», con derecho a sus «palabras personales» (gracias, señor Sausure). Anima en ellos el anticonformismo.

El uso de un prefijo arbitrario se encuentra en el espíritu de este juego. Yo mismo he recurrido a él en muchas ocasiones.

Un «sacapuntas», que puede ser un objeto peligroso y de ataque, se transforma en un objeto fantástico, y hasta divertido, si el prefijo «saca» es substituido por «mete» y la palabra se transforma en un «metepuntas». Un «metepuntas» no sirve para afilar los lápices, sino para que sus puntas crezcan sin que éstos se consuman. Con la consiguiente rabia y desesperación de los propietarios de papelerías y representantes de la sociedad de consumo.

El uso arbitrario del prefijo «des» hace que un «descolgador» sea lo contrario a un «colgador»: el «descolgador» no sirve para colgar abrigos, pero es utilísimo para descolgarlos cuando nos los queremos poner; todo ello en un país de vitrinas sin vidrios, comercios sin caja y guardarropías sin billetes. El prefijo se convierte así en el principio de la Utopía.

 

Gianni Rodari