Es una forma corta que va de 100 a 2.000 palabras, y de 2.000 a 30.000 en su versión más extensa. Se limita a un solo acontecimiento: cuenta algo que le pasa a alguien.
Es un objeto completo en sí mismo: se
lo ha comparado con una esfera o con un puño.
Un buen cuento es como un mecanismo
de relojería.
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Tiene
cierto aire de chisme.
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Un
cuento se caracteriza por la acción.
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Las
descripciones, en un cuento, son parte del argumento.
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Las
acciones se organizan en una trama que es imprescindible.
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El
cuento exige condensación y es lo que da lugar a la imprescindible intensidad.
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Conseguir
nudos de tensión es otra condición importante.
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Lo
significativo del cuento reside en cómo se trata el tema y se lo hace estallar
más allá de sí mismo.
Para mí el cuento es un género realmente importante porque hay que concentrarse en unas cuantas páginas para decir muchas cosas, hay que sintetizar, hay que frenarse: en eso el cuentista se parece un poco al poeta, al buen poeta. El poeta tiene que ir frenando al caballo y no desbocarse: si se desboca y escribe por escribir, le salen las palabras una tras otra y, entonces, simplemente fracasa. Lo esencial es precisamente contenerse, no desbocarse, no vaciarse; el cuento tiene esa particularidad; yo precisamente prefiero el cuento, sobre todo, a la novela, porque la novela se presta mucho a esas divagaciones.
Juan Rulfo
Un cuento siempre cuenta dos historias. Un relato visible esconde un
relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario.
El efecto de sorpresa se produce cuando el final de la historia secreta
aparece en la superficie.
Ricardo Piglia
Los zapatos del hombre afortunado
Hace ya mucho mucho tiempo… en un reino muy muy
lejano… había un rey cuyo poder y riqueza eran tan enormes como profunda era la
tristeza que cada día le acompañaba.
Lo tenía todo y aun así no conseguía ser feliz,
siempre sentía que le faltaba algo. Un día, harto de tanto sufrimiento, anunció
que entregaría la mitad de su reino a quien consiguiera devolverle la
felicidad.
Tras el anuncio, todos los consejeros de la corte
comenzaron a buscar una cura. Trajeron a los sabios más prestigiosos, a los
magos más famosos, a los mejores curanderos… incluso buscaron a los más
divertidos bufones, pero todo fue inútil, nadie sabía cómo hacer feliz a un rey
que lo tenía todo.
Cuando, tras muchas semanas, ya todos se habían dado
por vencidos, apareció por palacio un viejo sabio que aseguró tener la
respuesta:
«Si hay en el reino un hombre completamente feliz,
podréis curar al rey. Solo tenéis que encontrar a alguien que, en su día a día,
se sienta satisfecho con lo que tiene, que muestre siempre una sonrisa sincera
en su rostro, que no tenga envidia por las pertenencias de los demás… Y cuando
lo halléis, pedidle sus zapatos y traedlos a palacio. Una vez aquí, su majestad
deberá caminar un día entero con esos zapatos. Os aseguro que a la mañana
siguiente se habrá curado».
El rey dio su aprobación y todos los consejeros
comenzaron la búsqueda.
Pero algo que en un principio parecía fácil, resultó
no serlo tanto: pues el hombre que era rico, estaba enfermo; el que tenía buena
salud, era pobre; el que tenía dinero y a la vez estaba sano, se quejaba de su
pareja, o de sus hijos, o del trabajo… Finalmente se dieron cuenta de que a
todos les faltaba algo para ser totalmente felices.
Tras muchos días de búsqueda, llegó un mensajero a
palacio para anunciar que, por fin, habían encontrado a un hombre feliz. Se
trataba de un humilde campesino que vivía en una de las zonas más pobres y
alejadas.
El rey, al conocer la noticia, mandó buscar los
zapatos de aquel afortunado. Les dijo que a cambio le dieran cualquier cosa que
pidiera.
Los mensajeros iniciaron un largo viaje y, tras
varias semanas, se presentaron de nuevo ante el monarca.
—Bien, decidme, ¿lo habéis conseguido? ¿Habéis
localizado al campesino?
—Majestad, tenemos una noticia buena y una mala. La
buena es que hemos encontrado al hombre y en verdad que es feliz. Le estuvimos
observando y vimos la ilusión en su mirada en cada momento del día. Hablamos
con él y nos recibió con una amplia sonrisa y con la alegría reflejada en sus
ojos…
—¿Y la mala? —preguntó el rey impaciente.
—Que no tenía zapatos.
Eloy Moreno
En primer lugar, leeremos entre todos cualquier cuento de hadas
tradicional o algún cuento contemporáneo que no sea demasiado largo.
Posteriormente, les daremos a los alumnos/as el inicio de un cuento. A
veces es suficiente con la lectura de la primera línea del cuento: «Érase una
vez un rey que tenía tres hijas...» y se
les propone que continúen la historia de forma libre.
Se podría valorar a partir de esta consigna que los alumnos escriban
un cuento largo en casa, durante la semana, dándoles otro inicio de cuento o
bien dejándoles que ellos empiecen la historia como se les ocurra.