Soy un gato y me llamo Timoteo. Como Timoteo no es nombre de gato, me
llaman Tim, que es más corto.
No siempre me he llamado Tim. He tenido nombres distintos porque he
pertenecido a siete amos y cada uno de ellos me bautizó a su antojo. El actual
se llama Timoteo y ha tenido la delicadeza de darme su nombre. Me siento un
poco hijo suyo, y él, quizá, se siente un poco padre en lo que a mí se refiere.
Soy un gato muy viejo, pero no se nota. Los gatos, por fortuna,
conservamos nuestro buen aspecto hasta el final. Si en lugar de un gato fuese
un hombre, ahora estaría cerca de los noventa años. Un hombre de esa edad es un
venerable anciano, con su reúma, su calva, su torpeza de piernas, sus dolores
de pies, sus tembleques… No pararía de contar los achaques de nuestros hermanos
hombres; son infinitos.
Mi amo, aunque me hace de padre, es más joven que yo. Es un viejo alto y
más bien grueso que debió de ser pelirrojo, pues aún conserva, entre las
abundantes canas, algún resto de este color, que es, precisamente, el mío. Los
ojos de mi amo Timoteo son azules, igual que los míos, pero él usa gafas. Sus
manos son largas y finas, muy hermosas. Debió de ser, en su juventud, bastante
guapo.
Timoteo vive en una casa de planta y piso. De las pocas que ya quedan en
la ciudad. Le han ofrecido un buen pellizco de duros por la casa, hundida entre
dos rascacielos, pero mi amo dice que no la cambiaría por un palacio, y tiene
razón. La parte trasera goza de un gran patio ajardinado y el buen hombre
disfruta mucho regando los árboles y las plantas. Tiene buena mano para este
quehacer, que viene a ser el complemento de su trabajo. Porque Timoteo no se ha
jubilado todavía. No se jubilará nunca, dice él. Es dibujante de cómics. También inventa las
historietas. Lo hace todo, vaya.
En cuanto se levanta, se asea, se desayuna y se pone a dibujar y a
inventar historietas. Dice que este pequeño ejercicio mental le pone en órbita.
Yo, al despertarme, bostezo, me estiro y pego unos brincos. Así conservo mi
agilidad física, que también es importante.
Nuestra sirvienta se llama Quiteria. Hace un montón de años que entró al
servicio de mi amo y le tiene ley. Se tienen ley. También viene por aquí,
diariamente, una joven de veintitantos años que se llama Jesusa. Es la
secretaria de Timoteo y se encarga de la correspondencia de mi amo, de llevar
los comics a las
editoriales, de ultimar los contratos, de tenerle las cuentas al día y de
ordenar sus papeles. En una palabra: soluciona la parte desagradable de la
profesión de Timoteo, a quien estos detalles ponen muy nervioso.
A pesar de sus años, Timoteo tiene la cabeza clara. Tan clara como Jesusa
y más clara que la mía, sin duda, pues me doy cuenta de que empiezo a confundir
detalles esenciales del pasado; menos mal que mi amo tiene la bondad de hablar
conmigo y me refresca la memoria. Dicen que los gatos tienen siete vidas; mi
amo, como poco, ha vivido siete mil a través de sus personajes. A fuerza de
pensar se le ha conservado ágil la mollera.
Para ser francos: un gato no tiene demasiado en qué pensar. Hemos
comprendido la vida a nuestro modo, somos por naturaleza comodones y hasta
gandules, diría. Por un lado nos mantenemos jóvenes de aspecto hasta que nos
llega la hora; por otro, no se sabe de ningún gato que haya inventado algo.
Sólo utilizamos nuestro instinto y nuestra fabulosa agilidad. Volamos cuando se
trata de cazar un pájaro y saltamos sobre las ratas antes de que las muy
estúpidas se den cuenta de que les hemos echado el ojo…, aunque de eso habría
mucho que hablar. Nos enamoramos hasta el fin de nuestros días y conservamos
nuestro hermoso pelaje; quizá no tan vistoso como en los años mozos, pero vaya…
Nunca se ha visto un gato calvo.
Carmen Kurtz (Querido Tim)