Aprovechamos las enseñanzas de Rodari para también proponer una consigna para trabajar el final de las historias.
En muchas ocasiones, he propuesto, a diferentes grupos de niños, en
las localidades más diversas de Italia y del extranjero, la historia incompleta
de un viejo jubilado que, sintiéndose inútil en casa, donde todos, grandes y
pequeños, le ignoran sin hacerle ningún caso, decide irse a vivir con los
gatos. Dicho y hecho: se va a la Plaza de la Argentina (la historia sucede en
Roma), pasa por debajo de la barra de hierro que separa la calle de la zona arqueológica,
reino de los gatos abandonados, y ya lo tenemos transformado en un gran gato
gris. Al final de una larga serie de aventuras, regresa a su casa. Eso sí,
siempre transformado en gato, que es aceptado y hasta mimado por sus antiguos
familiares. Para él será la mejor poltrona, todas las caricias, la buena leche
y la mejor carne. Como abuelo no era nadie: como gato es el centro de la casa…
Al llegar aquí, pregunto a los niños: —¿Queréis que el abuelo se quede
para siempre convertido en gato o preferís que vuelva a ser el abuelo de antes?
El noventa y nueve por ciento de los niños prefiere que el gato vuelva
a ser el abuelo. Bien por razones de justicia y de afecto; bien para librarse,
tal vez, de un inconfesable y escondido sentido de culpa. Quieren que el abuelo
regrese, que recupere sus prerrogativas humanas, que sea resarcido. Es la
regla.
Hasta el momento, sólo se me han presentado dos excepciones. Una vez,
un niño insinuó que el abuelo haría mejor en continuar siendo un gato para
siempre, para «castigar» a aquellos que lo habían tratado mal cuando era el
abuelo. En otra ocasión, una niñita de cinco años me dijo, en tono pesimista:
«Debería continuar siendo un gato, de lo contrario volverán a tratarlo tan mal
como antes y volverá a tener el mismo problema.»
Queda claro que en ambas excepciones se ve una corriente de simpatía
hacia el abuelo.
—Entonces… —pregunto a los niños—, ¿cómo se las arreglará el gato para
volver a transformarse en abuelo?
Los niños, independientemente de la latitud y de la altitud sobre el
nivel del mar, coinciden en responder: «Debe volver a pasar bajo la barra de
hierro, pero en el otro sentido.»
La barra de hierro: ése es el instrumento mágico de la metamorfosis.
Cuando expliqué la historia por primera vez aún no me había dado cuenta. Fueron
los niños que me lo revelaron y me enseñaron la regla: «Quien pasa bajo la
barra en un sentido se vuelve gato, quien pasa en el otro sentido se vuelve
persona.»
Gianni
Rodari
El ejercicio de hoy es, por lo tanto, sencillo.
Entre todos, crearemos una historia disparatada (y divertida), y luego cada uno
de ellos escribirá el final que se le ocurra.