¿Qué sabe un escritor de la lengua?

 

Algunas de las indicaciones más claras sobre qué debe saber un escritor las encontramos en el libro “Describir el escribir” de Daniel Cassany (Editorial Austral):

Si consultamos las gramáticas más usuales veremos que el análisis de una lengua consta básicamente de tres partes: fonética y ortografía, morfología y sintaxis y léxico. Si consultamos los manuales de redacción y los libros de ejercicios que tienen como objetivo enseñar a escribir, nos daremos cuenta de que las explicaciones y los ejercicios que presentan la mayoría de ellos se pueden agrupar según la misma división. Esto puede llevar a pensar que el código escrito, aquel que dominan los escritores, se reduce precisamente a estos tres grupos de conocimientos gramaticales (con excepción de la fonética). Y, efectivamente, ésta es la concepción más difundida del código escrito, la que lo reduce a la ortografía y a algunas reglas de morfosintaxis.

Pero los estudios de lingüística textual o de gramática del discurso han modificado Notablemente este planteamiento. Según éstos, cuando hablamos o escribimos (y también cuando escuchamos o leemos) construimos textos y, para hacerlo, tenemos que dominar muchas más habilidades: discriminar las informaciones relevantes de las irrelevantes, estructurarlas en un orden cronológico y comprensible, escoger las palabras adecuadas (por ejemplo, ¿tú o usted?; ¿hacer o realizar?), conectar las frases entre sí, construir un párrafo, etcétera. Las reglas fonéticas y ortográficas, morfosintácticas y léxicas que permiten formar oraciones aceptables sólo son una parte del conjunto de conocimientos que domina el usuario de la lengua. La otra parte es la formada por las reglas que permiten elaborar textos: las reglas de adecuación, coherencia y cohesión.

A continuación, se expone sucintamente cada uno de estos grupos de conocimientos que domina un hablante o un escritor. Además, se explica qué es cada grupo y qué tipo de reglas incluye.


ADECUACIÓN

Cualquier lengua presenta variaciones: todos los miembros de la comunidad lingüística no hablan ni escriben de la misma forma, ni tampoco utilizan la lengua del mismo modo en las diferentes situaciones comunicativas. Primeramente, cada persona puede escoger entre usar su variedad dialectal o el estándar. Por ejemplo, un argentino puede usar las formas americanas (vos reís, frazada, de arriba) o las peninsulares correspondientes (tú ríes, manta, de gorra o gratis). Esta elección tiene implicaciones importantes: las primeras formas sólo serán entendidas por algunos americanos de habla española, mientras que las segundas las entenderán todos los hispanohablantes. En segundo lugar, cada situación requiere el uso de un registro particular que está determinado por el tema del que hablamos o escribimos (general o específico), por el canal de comunicación (oral o escrito), por el propósito perseguido (por ejemplo, informar o convencer) y por la relación entre los interlocutores (formal o informal). Por ejemplo, si hablamos con un amigo de temas generales, posiblemente le diremos que nos duele la garganta; mientras que, si vamos al médico, nos diagnosticará una faringitis o laringitis. No utilizaremos las mismas frases o palabras si escribimos una carta a alguien o si le telefoneamos para decirle lo mismo. Si queremos informar a alguien seremos objetivos e imparciales; sin embargo, si lo que pretendemos es convencerle, seremos subjetivos y parciales. Estas elecciones tienen también implicaciones importantes: puede que algunas personas desconozcan qué es una faringitis o laringitis y los desconocidos podrían molestarse y pensar que somos unos maleducados si utilizamos expresiones vulgares.

La adecuación es la propiedad del texto que determina la variedad (dialectal / estándar) y el registro (general / específico, oral / escrito, objetivo / subjetivo y formal / informal) que hay que usar. Los escritores competentes son adecuados y conocen los recursos lingüísticos propios de cada situación. Saben cuándo hay que utilizar el estándar y también dominan los diferentes registros de la lengua (por lo menos los más usuales y los que tienen que usar más a menudo).


COHERENCIA

El hecho de que haya personas que se enrollen como una persiana o que se vayan por los cerros de Úbeda (que dicen más cosas de las necesarias) y, el caso contrario, personas lacónicas, que no explican suficientemente las cosas (que no dicen todo lo necesario) nos conduce a pensar que para cada situación hay un número determinado de informaciones pertinentes. Dicho de otra manera, hay informaciones relevantes, que son apropiadas para el texto, y otras irrelevantes, que son superfluas e innecesarias. Cuando hablamos y escribimos debemos saber discriminar estos dos tipos de informaciones. Por ejemplo, en un curriculum vitae elaborado para solicitar un trabajo de traductor, hay que incluir informaciones sobre el conocimiento de idiomas, sobre la experiencia laboral adquirida en este campo y otros afines, las obras traducidas, etc., pero no hace falta mencionar otras actividades laborales (camarero, vendedor de enciclopedias, etc.). Asimismo, el hecho de que haya personas a las que se les cruzan los cables o que no dicen las cosas en el momento que toca (que no ordenan informaciones de manera lógica y comprensible) nos sugiere que hay que estructurar de una manera determinada las informaciones relevantes. Por ejemplo, en el caso del curriculum vitae se suelen dar primero los datos personales (nombres, direcciones, edad, etc.), después los títulos y los estudios (carreras, cursillos, etc.), las experiencias laborales, las publicaciones, etc., y no sería coherente saltarse este orden, mezclando trabajos con estudios o publicaciones con títulos.

La coherencia es la propiedad del texto que selecciona la información (relevante / irrelevante) y organiza la estructura comunicativa de una manera determinada (introducción, apartados, conclusiones, etc.). Los escritores competentes dominan este tipo de estructuras y las utilizan para construir y organizar el significado del texto.


COHESIÓN

Las diferentes frases que componen un texto se conectan entre sí formando una densa red de relaciones. Los mecanismos que se utilizan para conectarlas se denominan formas de cohesión y pueden ser de distintos tipos: repeticiones o anáforas (la aparición recurrente de un mismo elemento en el texto, a través de la sinonimia, la pronominalización o la elipsis), relaciones semánticas entre palabras (antonimia, hiponimia), enlaces o conectores (entonación y puntuación, conjunciones), etc. Por ejemplo, en el fragmento «María fue a la tienda de animales y compró un ratón. En casa lo tiñó de color rosa. Por la noche se lo puso al hombro y se presentó en el último bar moderno», podemos encontrar las siguientes formas de cohesión: repeticiones (María, que es el sujeto de todas las frases y ratón, que se pronominaliza en dos ocasiones), relaciones semánticas (animal y ratón) y enlaces (la conjunción y, signos de puntuación).

Así pues, la cohesión es la propiedad del texto que conecta las diferentes frases entre sí mediante las formas de cohesión. Estos mecanismos tienen la función de asegurar la interpretación de cada frase en relación con las demás y, en definitiva, asegurar la comprensión del significado global del texto. Sin formas de cohesión, el texto sería una lista inconexa de frases y la comunicación tendría grandes posibilidades de fracasar, puesto que el receptor debería conectar las frases por sí solo, sin ninguna indicación del emisor y con un elevado margen de error.

la coherencia es de naturaleza principalmente semántica y trata del significado del texto, de las informaciones que contiene, mientras que la cohesión es una propiedad superficial, de carácter básicamente sintáctico que trata de cómo se relacionan las frases entre sí.


CORRECCIÓN GRAMATICAL

En este apartado se incluyen los conocimientos gramaticales de fonética y ortografía,  morfosintaxis y léxico de los que he hablado anteriormente. En relación con el código escrito, la ortografía establece que sólo la grafía ratón puede representar al animal roedor (y no otras formas como retón, rarton o ratton); la morfosintaxis, que únicamente la combinación María compró un ratón es aceptable (y no Compró un María ratón o María ratón un compró); y el léxico, que denominamos ratón a la especie Mus musculus (y no mini-rata, comequesos u oca). Estas convenciones sociales son imprescindibles para asegurar el éxito de la comunicación. Si cada persona utilizara grafías, estructuras sintácticas y palabras distintas, no habría forma de entendernos.

Finalmente, además de estas propiedades, algunos manuales y en especial los baremos de evaluación de la expresión escrita tienen en cuenta otro factor: la disposición del texto en el espacio del papel. En este apartado se incluyen aspectos como el saber separar la fecha, el destinatario o la firma del resto de la carta, guardar los márgenes oportunos a los lados de la hoja, etc. Se trata del conjunto de convenciones sociales que regulan la presentación de los escritos.

Estos, diríamos, son los aspectos en los que incidir si queremos trabajar el código escrito con nuestros estudiantes. Sin embargo, en muchos casos, la enseñanza de la escritura creativa se centra únicamente en la parte gramatical. Es un error. Algunas investigaciones demuestran que la instrucción gramatical (los ejercicios y las reglas de gramática) no es demasiado efectiva para la adquisición del código. Muchas son las investigaciones que lo demuestran. Tomemos tan solo dos ejemplos:

  • Clark (1935) analizó los efectos que produce en un primer curso de universidad (18 y 19 años) la supresión de los ejercicios de gramática y el incremento de la lectura. Los resultados demostraron que los estudiantes de este curso mejoraron en la redacción y en el dominio de la ortografía y la puntuación.
  • Adams (1932), con niños y niñas de escuela elemental (de 6 a 12 años), se dio cuenta de que para mejorar la expresión escrita era más beneficioso el estudio de la literatura que el de la gramática. Con 33 semanas de clase, los niños que habían estudiado literatura escribían mejores composiciones y más cuidadas que los que habían estudiado gramática.

Teniendo estos estudios en cuenta, y sumándole todos aquellos referidos a otros aspectos (como la importancia de la corrección por parte del profesor o el primar los ejercicios de escritura por encima de los de lectura) podemos concluir los siguientes puntos (que nuevamente tomamos del libro de Cassany):

  • La comprensión lectora, la lectura por placer, es con creces la actividad más eficiente para adquirir el código. Además, parece ser imprescindible: todos los buenos escritores son o han sido durante un largo período de su vida, buenos lectores.
  • Los experimentos no aportan datos claros sobre el valor de las prácticas de escritura, pero sí que demuestran que son bastante menos efectivas que la lectura.
  • La corrección del profesor no siempre es útil. Sólo es efectiva cuando se realiza durante el proceso de composición del texto y, por tanto, cuando el alumno puede incorporarla en la redacción del mismo.
  • La instrucción gramatical no es demasiado útil para adquirir el código. Se obtienen mucho mejores resultados mediante la lectura.

Daniel Cassany, en su afán de descubrir cómo se forma un escritor, nos muestra el camino a través de un autor americano.

En su artículo «Leer como un escritor», Frank Smith (1983) da una interesante respuesta a la pregunta de cómo aprendemos a escribir. El autor empieza su reflexión con una lista de todos los conocimientos que posee un escritor competente y concluye que el único lugar donde podemos encontrarlos es en los textos escritos por otros. No los podemos encontrar en las gramáticas o en los manuales de redacción porque muchos de estos conocimientos, como por ejemplo los mecanismos de cohesión o de coherencia del texto, apenas han sido descubiertos por los lingüistas y todavía no se han estudiado lo suficiente. Asimismo, algunas de las reglas gramaticales que se encuentran en estos libros tienen una utilidad relativa porque existen muchas excepciones y, en definitiva, el aprendiz de escritor tiene que memorizar las palabras mismas. Por todo ello, la instrucción formal (la enseñanza programada de todos estos conocimientos) que se basa en gramáticas y ejercicios no puede tener un papel demasiado importante en este aprendizaje. En cambio, la lectura se muestra como la única forma viable de aprendizaje porque pone en contacto al aprendiz con los textos que contienen todos los conocimientos que necesita. Leyendo estos textos el individuo puede aprender la gramática, los mecanismos de cohesión y las reglas de coherencia textual que necesita para escribir. Pero, si bien es cierto que todos los escritores suelen ser buenos lectores, no todos los lectores son necesariamente buenos escritores. Esto lleva a Smith a afirmar que hace falta leer de una determinada manera para aprender a escribir: tenemos que leer como un escritor.

¿Cómo los adquiere el aprendiz de escritor que se inicia? ¿Dónde puede encontrar todos estos conocimientos? ¿De dónde los aprende o los ha aprendido el escritor competente? La respuesta que da Smith es muy simple: lo aprende de los textos ya escritos que han redactado otros escritores. Sólo estos textos muestran el uso de todos los conocimientos lingüísticos necesarios para escribir. El único modelo para escribir una carta es una carta ya escrita. Si alguien quiere aprender a redactar una noticia periodística tendrá que leer noticias en un periódico. Sólo en una instancia auténtica se puede encontrar la estructura, el registro y las palabras adecuadas para escribir otra.

Stephen Krashen en su libro Writing: Research, Theory and Applications (Escribir: investigación, teoría y aplicaciones) (1981) incide en esto mismo reafirmando la tesis de Smith.

Sobre el aprendizaje consciente de reglas gramaticales, el autor afirma que no es necesario excluirlas de los programas de enseñanza, pero no pueden ser su eje central. Un individuo puede utilizar con provecho algunas reglas para corregir textos que produce (sobre todo escritos y también textos orales preparados). Por ejemplo, es importante que conozca las reglas más generales y las que tienen mayor rentabilidad, ya que podrá aplicarlas en muchas ocasiones y no suponen ningún problema de aprendizaje o memorización. Pero parece ser que sólo un pequeño porcentaje del conjunto de las reglas de una lengua puede ser aprendido conscientemente y, por lo tanto, el aprendizaje es insuficiente para llegar a dominar la lengua.

De nuevo, las indicaciones nos llevan a dejar de darle importancia a la instrucción gramatical y para dársela a la lectura, pero no una lectura de cualquier manera. Debe ser un acto consciente y con un alto contenido afectivo.

Si la adquisición del código escrito sucede de la misma manera que la de una segunda lengua, sólo se puede adquirir la escritura a través de la lectura. De la misma forma que adquirimos el habla escuchando y comprendiendo textos orales, adquirimos la escritura leyendo y comprendiendo textos escritos. Si la lectura es suficiente, el aprendizaje adquiere automáticamente todas las reglas gramaticales y textuales que necesita para escribir.

Además, la lectura debe tener unas determinadas características. Primero, el aprendiz tiene que estar motivado por la lectura, tiene que tener interés, o tiene que leer por placer. Segundo, como hemos dicho antes, la atención del lector se debe centrar en el contenido y no en la forma. Si se lee de esta manera, el organizador podrá sistematizar el código y después de un período de silencio, la expresión escrita emergerá de forma natural.

El autor expone dos argumentos fundamentales a favor de esta teoría. Por un lado, los experimentos realizados sobre la adquisición del código escrito demuestran que la lectura es mucho más efectiva que la instrucción gramatical o las prácticas de escritura. Por otra parte, la complejidad misma de la lengua hace imposible el aprendizaje consciente y organizado de todas las reglas lingüísticas.

Entre ambos autores descubrimos cuál debe ser el trabajo principal de un docente a la hora de intentar crear pequeños escritores”.

Si comparamos las teorías de Frank Smith y de Stephen Krashen, coincidiremos en que ambas mantienen puntos de vista parecidos, aunque parten de campos de estudio distintos. Básicamente, las dos dan la misma respuesta a la pregunta de cómo adquirimos el código. Sugieren que la única forma de adquirirlos es a través de la lectura: leyendo. Además, las dos propuestas tienen muchos puntos en común:

Las dos afirman que el código escrito no puede ser aprendido conscientemente con ejercicios de gramática porque la lengua es excesivamente compleja y es imposible aprender todas sus reglas. Ni conocemos todas las reglas de ninguna lengua natural, ni tenemos capacidad para recordarlas todas conscientemente y tampoco tenemos tiempo para aprenderlas de una forma programada y progresiva. Aun así, ninguna de las dos teorías niega que la instrucción gramatical y consciente pueda tener una cierta utilidad en la enseñanza de la expresión escrita.

Ambas postulan mecanismos bastante parecidos para explicar la adquisición del código. El input comprensivo de Krashen y el aprendizaje espontáneo (o la lectura como escritor) de Smith coinciden en muchos aspectos:

– Las dos teorías analizan la forma en que un niño aprende naturalmente el código oral y postulan que la adquisición del escrito se desarrolla de una manera parecida.

– En las dos, la adquisición tiene lugar sin esfuerzo, de forma natural y espontáneamente.

– Los aprendices no son conscientes de la adquisición.

– Se adquiere el código partiendo de textos reales, a partir del uso de la lengua.

– Se adquiere el código cuando se comprenden estos textos, cuando los aprendices se fijan en el contenido y no tanto en la forma.

Finalmente, para los dos autores la lectura tiene limitaciones. La distinción entre leer como un escritor o como un lector y la teoría del filtro con todos sus factores motivacionales y afectivos intentan explicar el mismo hecho: no todos los buenos lectores adquieren el código. Para adquirirlo hace falta leer de una determinada manera: con interés, por placer, sin angustia, con confianza, etc. Los dos autores coinciden al citar las circunstancias que favorecen la lectura comprensiva o la lectura que incrementa la adquisición del código.

En definitiva, lo que separa leer como un lector de leer como un escritor es un filtro afectivo muy alto.

 

¿Y LA GRAMÁTICA?

Daniel Cassany, a este respecto, se pregunta lo siguiente:

La instrucción gramatical, la enseñanza de las principales reglas de gramática con ejercicios mecánicos y de respuesta única ha ocupado muy a menudo y hasta hace poco tiempo el interés central de los cursos de lengua y de los manuales de escritura y de redacción. Tanto los experimentos como las teorías sugieren que tiene un papel poco importante en la adquisición del código escrito.

Desde un punto de vista práctico, determinadas reglas de gramática son muy útiles: nunca las olvidamos y las utilizamos frecuentemente cuando escribimos. Pero hay otras que nunca hemos conseguido aprender: no las recordamos ni las utilizamos. Entonces, ¿cuál es el papel de la gramática en la adquisición / aprendizaje de la habilidad de la expresión escrita? ¿Qué utilidad tienen los ejercicios tradicionales de rellenar huecos, conjugar verbos o hacer análisis sintácticos?

Volvemos sobre los estudios realizados que demuestran que, a pesar de sí es necesario conocer una base gramatical ésta no debe ser la que concentre nuestros esfuerzos en que los alumnos y alumnos escriban “bien”.

Los libros de texto, las gramáticas escolares y los manuales de lengua actuales adoptan fielmente este planteamiento, teórico.Contienen largas explicaciones sobre los distintos contenidos gramaticales y algunos ejercicios de aplicación, en general bastante monótonos. Con memoria y paciencia los alumnos llegan a aprender bastantes conocimientos sobre la estructura y función de las oraciones, pero, en cambio, realizan muy pocas prácticas de uso real de la lengua. El resultado son unos estudiantes que, si bien pueden analizar minuciosamente la sintaxis de una frase, son incapaces de escribir coherentemente un texto largo.

Además los modelos lingüísticos que ofrecen estos manuales son sobre todo literarios y en general están muy alejados de la realidad del estudiante. El modelo de lengua que transmiten es monolítico, culto y neutro (no muestran la rica y variada diversidad dialectal de la lengua y tampoco las posibilidades creativas que ofrece). La mayor parte de libros que se utilizan hoy en día en España en educación secundaria son un buen ejemplo de ello.


ESTRATEGIAS DE ESCRITURA

Los experimentos demuestran que los buenos escritores han desarrollado una amplia y variada gama de estrategias que les permite expresar inteligiblemente sus ideas; hacen esquemas, escriben borradores previos, releen, etc. En cambio los escritores incompetentes no han llegado a dominar estas microhabilidades y creen que la operación de escribir un texto consiste simplemente en anotarlo en un papel a medida que se les va ocurriendo. Creen que un texto escrito es espontáneo como uno oral, que no hace falta reelaborarlo ni revisarlo. En definitiva, no han aprendido a generar ideas, a enriquecerlas, a organizarlas para un lector y a traducirlas al código escrito.

¿Qué hacen entonces los buenos escritores? Estos son algunas de las estrategias que sigan a la hora de elaborar un escrito.

1. CONCIENCIA DE LOS LECTORES

Los escritores competentes suelen ser más conscientes de la audiencia (del lector o lectores a quienes va destinado el texto) y, durante la composición, dedican más tiempo a pensar en sus características.

2. PLANIFICAR (LA ESTRUCTURA)

Los buenos escritores hacen más planes que los mediocres y dedican más tiempo a esta actividad antes de redactar el texto. Los primeros planifican la estructura del texto, hacen un esquema, toman notas y piensan un rato en todos estos aspectos antes de empezar a redactar.

3. RELEER

Los buenos escritores se detienen mientras escriben y releen los fragmentos que ya han redactado. Esta estrategia parece que ayuda al escritor a mantener el sentido global del texto. Relee los fragmentos que ha escrito para evaluar si corresponden a la imagen mental que tiene del texto, al plan que había trazado antes y también para enlazar las frases que escribirá después con las anteriores. Pianko (1979) lo formula de esta manera: los buenos escritores, mientras releen lo que han escrito, «descansan para planificar lo que escribirán a continuación, repasan (nuevamente lo que ya han escrito) para comprobar si estos planes se ajustan al escrito y después se detienen otra vez para reformularlos».

4. CORRECCIONES

Los buenos escritores revisan y retocan el texto más veces que los escritores poco competentes. Asimismo, los retoques que hacen los primeros afectan al contenido del texto, a las ideas expuestas y a la ordenación, mientras que los retoques de los segundos son más formales y afectan sólo a la redacción superficial del texto, a la gramática o a la ortografía.

En resumen, un buen proceso de composición se caracteriza por los siguientes aspectos:

· Tomar conciencia de la audiencia (lectores). Es importante que el autor dedique cierto tiempo a pensar en las cosas que les quiere decir, en las cosas que ya saben, en cómo quiere presentarse a sí mismo, etc.

· Planificar el texto. Es importante hacer un plan o estructura del texto. El autor suele hacerse un esquema mental del texto que escribirá.

· Releer los fragmentos escritos. A medida que redacta, el autor relee los fragmentos que ha escrito para comprobar que se ajustan a lo que quiere decir y también para enlazarlos con los que escribirá después.

· Revisar el texto. Mientras escribe y relee los fragmentos del texto, el autor los revisa y va introduciéndoles cambios. Estos cambios afectan sobre todo al contenido del texto, al significado.

· Durante la composición el autor también utiliza unas estrategias de apoyo para solucionar algunas contingencias que se le presentan. En general, suele consultar gramática o diccionarios para extraer alguna información que no tiene y que necesita.

El autor puede utilizar las habilidades de hacer esquemas y resumir textos, relacionadas con la comprensión lectora, para producir un escrito:

Para hacer esquemas el autor analiza primero los marcadores estructurales del texto y después representa jerárquicamente y no linealmente su estructura.

Para resumir textos el autor identifica primero la información relevante del original y posteriormente la transforma en frases abstractas, sintéticas y económicas.

Estos serán algunos de los puntos en los que incidiremos a la hora de trabajar la escritura creativa con nuestros alumnos/as. No solo subrayaremos la tareas que tienen relación con la creatividad sino que se les enseñará el proceso de creación de un escrito siguiendo los pasos anteriores. Para ello tomaremos, tal como indica Gordon Rohman, la habilidad de la expresión escrita como un proceso complejo formado por distintas fases en las que ocurren cosas diferentes. Rohman propone dividir este proceso en tres etapas:

         pre-escribir

         escribir

         re-escribir

Pre-escribir engloba todo lo que pasa desde que al autor se le plantea la necesidad de escribir un texto hasta que obtiene una idea general o un plan del mismo. Es una etapa intelectual e interna en la que el autor elabora su pensamiento y todavía no escribe ninguna frase. En cambio escribir y re-escribir constituyen las etapas de la redacción del escrito, desde que se apuntan las primeras ideas hasta que se corrige la última versión.

May Shih (1986), ampliando la hipótesis de Rohman, indica que en conjunto los jóvenes escritores necesitan, además de las estrategias habituales, un conjunto de habilidades especiales, estrictamente académicas: interpretación de datos experimentales, capacidad para relacionar informaciones de distintas fuentes, capacidad de síntesis, etc. Ella no habla específicamente de la escritura creativa, sino más bien de cualquier escrito que una persona pueda hacer (una carta, un informe, un examen…), pero sus ideas sobre la habilidades necesarias bien nos valen para nuestro propósito.

El siguiente esquema ordena estas habilidades a lo largo del proceso de composición, dividido en las fases de preescribir, escribir el borrador y revisar.

 

Proceso de composición

 

PRE-ESCRIBIR

 

  1. Saber recoger, clasificar, sintetizar, interpretar y adaptar información procedente de un curso de una materia determinada (explicaciones y discusiones en clase, apuntes, lecturas complementarias, manuales, etc.). Son útiles para hacer exámenes, trabajos, recensiones, etc.
  2. Saber aprovechar la experiencia y los conocimientos personales: seleccionar la información sugerente, relacionarla con otras ideas, etc. Para escritos personales, redacción libre y creativa, etc.
  3. Saber relacionar los conceptos procedentes de lecturas y clases con la experiencia personal.
  4. Saber realizar un estudio de campo (experimentos, observaciones, encuestas, etc.): definir el problema y las hipótesis de trabajo, recoger datos suficientes y apropiados con métodos adecuados y saber analizarlos e interpretarlos correctamente. Para informes y recensiones de estudios empíricos.
  5. Saber leer críticamente un texto (literario, periodístico, etc.): identificar los problemas de interpretación, caracterizar el estilo lingüístico, la estructura, etc. Para comentarios de texto, críticas, etc.
  6. Saber obtener y organizar información a partir de otros textos: escoger y delimitar un tema de investigación, localizar referencias bibliográficas, valorar su interés y utilidad, skimming (lectura rápida de vistazo) y scanning (lectura atenta de fragmentos), tomar apuntes, etc. Para trabajos basados en bibliografía.
  7. Saber refundir datos e ideas recogidas de otros textos o de investigaciones de campo: hacer esquemas, clasificaciones, comparaciones y análisis, etc.

 

ESCRIBIR EL PRIMER BORRADOR

 

  1. Aplicar un proceso de composición eficiente y productivo: estar dispuesto a escribir más de un borrador, a alterar los planes iniciales, etc.
  2. Controlar los pasos del proceso: primero generar ideas, dejar la corrección gramatical para el final, etc.
  3. Tener conocimientos léxicos y semánticos y fluidez: transferir los conceptos y las ideas a palabras.
  4. Tener conocimientos morfosintácticos y fluidez: construir frases bien formadas, cohesionarlas, etc.
  5. Conocer las convenciones del discurso: variedad y registro, coherencia, estructura, disposición, etc.
  6. Conocer las convenciones mecánicas: ortografía, mayúsculas, puntuación, tipografía, etc.

 

REVISAR

  1. Evaluar y revisar el contenido: qué dice el texto y qué quisiera el autor que dijera, cómo reaccionará el lector y cómo quisiera el autor que éste reaccionara, etc.
  2. Evaluar y revisar la estructura: adaptarse a la audiencia, buscar prosa de lector, etc.
  3. Corregir la gramática: aplicar las reglas de gramática aprendidas conscientemente.
  4. Corregir el vocabulario y el estilo: utilizar los conocimientos léxicos y también las obras de consulta (diccionarios, thesaurus, etc.).
  5. Corregir los aspectos más mecánicos: ortografía, separación de palabras, abreviaturas, mayúsculas, puntuación, etc.

En este último apartado la autora agrupa los puntos anteriores en dos bloques:

         La revisión interna o revisión de las intenciones, que afecta al contenido y a la organización.

         La revisión externa o revisión de las convenciones, que afecta a la forma, es decir, la gramática, los aspectos mecánicos, etc.