A la mañana siguiente, cuando los niños se arrastraron medio dormidos
desde su habitación hasta la cocina, en lugar de encontrar una nota del Conde
Olaf se encontraron al Conde Olaf en persona.
—Buenos días, huérfanos —dijo—. Tengo vuestra harina de avena lista en
los boles para vosotros.
Los niños se sentaron a la mesa de la cocina y miraron inquietos sus
desayunos. Si conocieseis al Conde Olaf y este de repente os sirviera el
desayuno, ¿no temeríais que contuviese algo terrible, como veneno o cristal
hecho añicos? Pero, por el contrario, Violet, Klaus y Sunny encontraron
frambuesas frescas mezcladas en sus raciones. Los huérfanos Baudelaire no
habían comido frambuesas desde que murieron sus padres, y les encantaban.
—Gracias —dijo Klaus con preocupación, cogiendo una frambuesa y
examinándola.
Quizá se trataba de frambuesas venenosas que tenían el mismo aspecto que
las deliciosas. El Conde Olaf, al ver que Klaus examinaba receloso las
frambuesas, sonrió y cogió una del bol de Sunny. Mirando a los tres niños, se
la metió en la boca y se la comió.
—¿No son deliciosas las frambuesas? —preguntó—. Eran mi fruto favorito
cuando tenía vuestra edad.
Violet intentó imaginarse al Conde Olaf de joven, pero no pudo. Sus ojos
brillantes, sus manos huesudas y su vaga sonrisa, todos aquellos rasgos
parecían ser solo propios de los adultos. Sin embargo, a pesar del temor que
sentía, cogió su cuchara con la mano derecha y empezó a comer sus cereales. El
Conde Olaf se había comido una, o sea que probablemente no eran venenosas y, en
cualquier caso, estaba hambrienta. Klaus empezó también a comer, y Sunny, que
se llenó la cara de cereales y frambuesas.
Lemony Snicket (Un mal principio – Una serie de catastróficas desdichas I)