No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia que las tres últimas.
Horacio
Quiroga
Una de las cosas más difíciles de hacer es
escribir el primer párrafo. He pasado muchos meses trabajando en un primer
párrafo, pero una vez que lo tengo, el resto sale con facilidad. En el primer
párrafo se resuelven la mayor parte de los problemas del libro. Se define el
tema, el estilo, el tono. En mi caso, al menos, el primer párrafo es un tipo de
muestra de lo que va a ser el resto del libro.
Gabriel
García Márquez
Solo tienes una oportunidad de
empezar bien una historia: la escena que elijas debe ser la introducción
perfecta al mundo en el que se desarrolla.
Christopher
Edge
No todas
las narraciones empiezan por el principio: algunos escritores deciden contar un
suceso del final de la trama y después explicar lo que ha sucedido antes.
No
importa dónde decidas empezar: tienes que asegurarte de que la escena inicial
tiene suficiente tensión. El primer párrafo es decisivo. Hay que atraer la
atención del lector desde la primera línea. Dejarlo impactado desde las
primeras palabras.
La primera frase tiene que sacar al lector
de su propia mente y llevarlo a un lugar completamente distinto. Es el inicio
de un nuevo mundo y, por eso, probablemente la línea más importante de
cualquier libro.
Jon
Walter
Dicen que
antes de morir ves pasar toda tu vida ante ti. Eso no fue lo que me sucedió a
mí.
Lauren Oliver
Si no
despierto
Fuimos a
la luna a divertirnos, pero la luna no molaba.
M.T.
Anderson
Sed
Lo
primero que descubres cuando tu perro empieza a hablar es que los perros no
tienen mucho que decir.
Patrick
Ness
El
cuchillo en la mano
Soy un gato y me llamo Timoteo. Como Timoteo no es nombre de
gato, me llaman Tim, que es más corto.
No siempre me he llamado Tim. He tenido nombres distintos
porque he pertenecido a siete amos y cada uno de ellos me bautizó a su antojo.
El actual se llama Timoteo y ha tenido la delicadeza de darme su nombre. Me
siento un poco hijo suyo, y él, quizá, se siente un poco padre en lo que a mí
se refiere.
Soy un gato muy viejo, pero no se nota. Los gatos, por
fortuna, conservamos nuestro buen aspecto hasta el final. Si en lugar de un
gato fuese un hombre, ahora estaría cerca de los noventa años. Un hombre de esa
edad es un venerable anciano, con su reúma, su calva, su torpeza de piernas,
sus dolores de pies, sus tembleques… No pararía de contar los achaques de
nuestros hermanos hombres; son infinitos.
Mi amo, aunque me hace de padre, es más joven que yo. Es un
viejo alto y más bien grueso que debió de ser pelirrojo, pues aún conserva,
entre las abundantes canas, algún resto de este color, que es, precisamente, el
mío. Los ojos de mi amo Timoteo son azules, igual que los míos, pero él usa
gafas. Sus manos son largas y finas, muy hermosas. Debió de ser, en su juventud,
bastante guapo.
Timoteo vive en una casa de planta y piso. De las pocas que
ya quedan en la ciudad. Le han ofrecido un buen pellizco de duros por la casa,
hundida entre dos rascacielos, pero mi amo dice que no la cambiaría por un
palacio, y tiene razón. La parte trasera goza de un gran patio ajardinado y el
buen hombre disfruta mucho regando los árboles y las plantas. Tiene buena mano
para este quehacer, que viene a ser el complemento de su trabajo. Porque
Timoteo no se ha jubilado todavía. No se jubilará nunca, dice él. Es dibujante
de cómics. También inventa las historietas. Lo hace todo, vaya.
En cuanto se levanta, se asea, se desayuna y se pone a
dibujar y a inventar historietas. Dice que este pequeño ejercicio mental le
pone en órbita. Yo, al despertarme, bostezo, me estiro y pego unos brincos. Así
conservo mi agilidad física, que también es importante.
Nuestra sirvienta se llama Quiteria. Hace un montón de años
que entró al servicio de mi amo y le tiene ley. Se tienen ley. También viene
por aquí, diariamente, una joven de veintitantos años que se llama Jesusa. Es
la secretaria de Timoteo y se encarga de la correspondencia de mi amo, de
llevar los comics a las editoriales, de ultimar los contratos, de tenerle las
cuentas al día y de ordenar sus papeles. En una palabra: soluciona la parte
desagradable de la profesión de Timoteo, a quien estos detalles ponen muy
nervioso.
A pesar de sus años, Timoteo tiene la cabeza clara. Tan
clara como Jesusa y más clara que la mía, sin duda, pues me doy cuenta de que
empiezo a confundir detalles esenciales del pasado; menos mal que mi amo tiene
la bondad de hablar conmigo y me refresca la memoria. Dicen que los gatos
tienen siete vidas; mi amo, como poco, ha vivido siete mil a través de sus
personajes. A fuerza de pensar se le ha conservado ágil la mollera.
Para ser francos: un gato no tiene demasiado en qué pensar.
Hemos comprendido la vida a nuestro modo, somos por naturaleza comodones y
hasta gandules, diría. Por un lado nos mantenemos jóvenes de aspecto hasta que
nos llega la hora; por otro, no se sabe de ningún gato que haya inventado algo.
Sólo utilizamos nuestro instinto y nuestra fabulosa agilidad. Volamos cuando se
trata de cazar un pájaro y saltamos sobre las ratas antes de que las muy
estúpidas se den cuenta de que les hemos echado el ojo…, aunque de eso habría
mucho que hablar. Nos enamoramos hasta el fin de nuestros días y conservamos
nuestro hermoso pelaje; quizá no tan vistoso como en los años mozos, pero vaya…
Nunca se ha visto un gato calvo.
Carmen Kurtz
Querido Tim