Una de las aportaciones de Rodari que más se ha llevado a las aulas es sin duda esta: el binomio fantástico. En esta ocasión, el punto de partida de la historia serán dos palabras aparentemente inconexas una de otra en cuanto a su significado.
Una historia sólo puede nacer de un «binomio
fantástico». «Caballo-perro» no es un auténtico «binomio fantástico». Es una
simple asociación dentro de la misma clase zoológica. La imagen asiste
indiferente a la evocación de los dos cuadrúpedos. Es un arreglo de tercera
categoría que no promete nada excitante.
Es necesaria una cierta distancia entre las
dos palabras, que una sea suficientemente extraña a la otra, y su unión
discretamente insólita, para que la imaginación se ponga en movimiento,
buscándoles un parentesco, una situación (fantástica) en que los dos elementos
extraños puedan convivir. Por este motivo es mejor escoger el «binomio
fantástico» con la ayuda de la «casualidad».
Las dos palabras deben ser escogidas por dos
niños diferentes, ignorante el primero de la elección del segundo; extraídas
casualmente, por un dedo que no sabe leer, de dos páginas muy separadas de un
mismo libro, o de un diccionario.
Cuando era maestro, mandaba a un niño que
escribiera una palabra sobre la cara visible de la pizarra, mientras que otro
niño escribía otra sobre la cara invisible. El pequeño rito preparatorio tenía
su importancia. Creaba una expectación. Si un niño escribía, a la vista de
todos, la palabra «perro», esta palabra era ya una palabra especial, dispuesta
para formar parte de una sorpresa, a formar parte de un suceso imprevisible.
Aquel «perro» no era un cuadrúpedo cualquiera, era ya un personaje de aventura,
disponible, fantástico. Le dábamos la vuelta a la pizarra y encontrábamos,
pongamos por caso, la palabra «armario», que era recibida con una carcajada.
Las palabras «ornitorrinco» o «tetraedro» no habrían tenido un éxito mayor.
Ahora bien, un armario por sí mismo no hace reír ni llorar. Es una presencia
inerte, una tontería. Pero ese mismo armario, haciendo pareja con un perro, era
algo muy diferente. Era un descubrimiento, una invención, un estímulo
excitante.
Llegados a este punto, tomemos las palabras
«perro» y «armario». El procedimiento más simple para relacionarlas es unirlas
con una preposición articulada. Obtenemos así diversas figuras:
el perro con el armario
el armario del perro
el perro sobre el armario
el perro en el armario
etcétera.
Cada una de estas situaciones nos ofrece el
esquema de algo fantástico.
Gianni
Rodari